Ayer fui a comprar en el nuevo colmado de la esquina. Es una tienda muy particular, de nombre RamónAir, donde las cosas se compran del mismo modo que los billetes de avión en ciertas compañías aéreas, de cuyos nombres no quiero acordarme. Quería comprar patatas y vi una oferta bastante buena: un saco de 5 kilos por tan solo 50 céntimos. Así que lo cargué y me fui a pagarlo. He aquí la surrealista conversación que tuve con la cajera:
El avezado lector habrá sido capaz de comparar cada uno de los términos con lo que sucede cuando el atrevido usuario se decide a comprar un billete de avión: Un precio irrisorio ofertado inicialmente que se ve incrementado notablemente con todo tipo de tasas y otro tipo de impuestos cada vez más surrealistas. Evidentemente la comparación no es perfecta, pero creo que el propósito está claro. ¿Se imaginan, por cierto, que cada vez que tuviéramos que comprar algo (sea comida, ropa, herramientas o cualquier tipo de objeto) tuviéramos que pasar por el mismo procedimiento? ¿Por qué es así, pues, con los billetes aeroportuarios?
- Buenos días. Un saco de patatas. Serán 50 céntimos...Al final, acabé comprando las patatas por 12 euros. Nada que ver con el precio ofertado de 50 céntimos que anunciaban en el mostrador. Vale, hubiera podido dejar de comprar las patatas: puedo dejar de comerlas, pero me parece que son beneficiosas para una dieta equilibrada. Algunos amigos me comentaron más tarde que en el resto de tiendas habían implementado inmediatamente el mismo sistema y, en realidad, mi compra había resultado bastante buena.
- Muy bien aquí tiene.
- ...A los que hay que sumar 5 euros por el alquiler del local para montar el establecimiento.
- ¿Cómo dice?
- Y, por supuesto, un euro más por el transporte de la estantería hasta aquí.
- Pero... disculpe, ¡si he sido yo quien lo ha traído hasta aquí!
- Además, ¿desea usted un certificado de calidad?
- Bueno, se supone que si están a la venta es porque ya...
- Entonces será un euro más. Por cierto. Estoy viendo que la bolsa en realidad contiene 5 kilos y 50 gramos... el exceso de peso serán 4 euros más
- ¿Perdón?
- Es lo que hay... entonces en total serán 11,5 euros.
- Pero...
- ¡Ah, por cierto! Tiene que firmar en este papel como que se ha leído la tabla con la procedencia de las patatas, su contenido alimenticio, alerta para vegetarianos y alergias, y aceptación de términos y condiciones tales como que, si usted usa estas patatas para otra cosa que no sea una tortilla española, podremos requisarle el contenido del frigorífico.
- Bueno, es que...
- Usted verá. En el resto de tiendas las cosas no están mejor.
- Bueno, de acuerdo... Entonces 11,5 euros. ¿Aceptan tarjeta?
- Sólo dinero en metálico.
- Bueno, vale... cóbrese...
- Ah, espere. ¿Entonces paga en metálico? Por la transacción cobramos unas tasas de medio euro extra.
- ¡Pero si es la única manera en la que me dejan pagar!
- Yo de eso no sé nada...
El avezado lector habrá sido capaz de comparar cada uno de los términos con lo que sucede cuando el atrevido usuario se decide a comprar un billete de avión: Un precio irrisorio ofertado inicialmente que se ve incrementado notablemente con todo tipo de tasas y otro tipo de impuestos cada vez más surrealistas. Evidentemente la comparación no es perfecta, pero creo que el propósito está claro. ¿Se imaginan, por cierto, que cada vez que tuviéramos que comprar algo (sea comida, ropa, herramientas o cualquier tipo de objeto) tuviéramos que pasar por el mismo procedimiento? ¿Por qué es así, pues, con los billetes aeroportuarios?