Desde tiempos inmemoriales los humanos hemos querido enviar información de un sitio a otro. Hasta hace relativamente poco, la manera más común de contactar con un amigo lejano mediante un escrito era la carta. Enviar un correo, mantener correspondencia con alguien, incluso conocer nuevos amigos con este sistema, eran prácticas relativamente comunes. Actualmente Internet ha revolucionado toda esta sistemática y la mayoría de las personas (entre las que me incluyo) prefieren hacer uso de las versiones electrónicas. Varias son las razones: rapidez, economía... pero también sería necesario añadir otra: la rápida y degenerativa degradación del servicio de Correos.
Aún con la llegada del teléfono, no hace mucho, las cartas eran el medio más usado. Millones y millones de cartas circulaban por España cada día, y todas eran entregadas en un plazo enteramente razonable. Muchos recordarán tiempos mejores en los que una carta podía ser recibida incluso el mismo día en el que era enviada. Y no estoy hablando de telegramas. Tal vez los lectores de este blog no lo hayan vivido, pero seguramente sí sus padres o sus abuelos. Es algo que no está tan lejano en el tiempo como podría parecer.
Hoy en día, sin embargo, la realidad es muy diferente: Las cartas tardan varios días en llegar a su destino. No sólo tres o cuatro, lo que, en principio, sería razonable; sino que a veces esas cantidades sobrepasan la semana, y en varios casos (que no son excepciones) la quincena. Lógicamente, esto es en el supuesto optimista de que las cartas lleguen a destino... y ahí es donde quiero llegar.
El procedimiento es muy sencillo y archiconocido: la carta con el texto a enviar se incluye dentro de un sobre (o se escribe directamente sobre una postal), se añade la dirección de envío, el remitente y como colofón final,... el sello. Con él, nosotros estamos pagando a Correos y Telégrafos por un servicio: el correcto envío dentro de un límite razonable de la carta o postal. Habitualmente, una vez realizado el pago, un empresario tiene la obligación de prestar el servicio; de lo contrario, se podría establecer una queja o reclamación que conllevaría la devolución del dinero, la prestación de un servicio adicional o, cuanto menos, una disculpa formal.
Pues no. En Correos y Telégrafos la cosa no funciona así. Más bien al contrario, una vez se ha pagado por el servicio, no se garantiza de ningún modo que la carta llegue a su destino y en caso de que la desdicha ocurra, se lavan las manos. Es más: tienen un servicio adicional para (supuestamente) garantizar el correcto envío: el sistema de facturación. Resumiendo: "Pague usted por enviar una carta. Nosotros podemos hacer lo que queramos con ella, porque usted no la facturó y, por tanto, nosotros no nos hacemos cargo de lo que pueda pasar. Si de verdad usted quiere que la carta llegue, páguenos más todavía y utilice nuestros servicios especiales"
Trasládese este fenómeno a otros ámbitos y se verá la incongruencia implícita: compremos un diccionario, pero paguemos un extra para garantizar de que contiene las palabras con la ortografía correcta; pidamos una paella en nuestro restaurante favorito, pero paguemos un extra para asegurarnos de que lleva arroz. Así pues, finalmente, la pregunta para la reflexión es: ¿Por qué se ha de pagar una cantidad adicional por un servicio que debería ser obligatorio, ya que es por el que en esencia se paga el precio base?
Aún con la llegada del teléfono, no hace mucho, las cartas eran el medio más usado. Millones y millones de cartas circulaban por España cada día, y todas eran entregadas en un plazo enteramente razonable. Muchos recordarán tiempos mejores en los que una carta podía ser recibida incluso el mismo día en el que era enviada. Y no estoy hablando de telegramas. Tal vez los lectores de este blog no lo hayan vivido, pero seguramente sí sus padres o sus abuelos. Es algo que no está tan lejano en el tiempo como podría parecer.
Hoy en día, sin embargo, la realidad es muy diferente: Las cartas tardan varios días en llegar a su destino. No sólo tres o cuatro, lo que, en principio, sería razonable; sino que a veces esas cantidades sobrepasan la semana, y en varios casos (que no son excepciones) la quincena. Lógicamente, esto es en el supuesto optimista de que las cartas lleguen a destino... y ahí es donde quiero llegar.
El procedimiento es muy sencillo y archiconocido: la carta con el texto a enviar se incluye dentro de un sobre (o se escribe directamente sobre una postal), se añade la dirección de envío, el remitente y como colofón final,... el sello. Con él, nosotros estamos pagando a Correos y Telégrafos por un servicio: el correcto envío dentro de un límite razonable de la carta o postal. Habitualmente, una vez realizado el pago, un empresario tiene la obligación de prestar el servicio; de lo contrario, se podría establecer una queja o reclamación que conllevaría la devolución del dinero, la prestación de un servicio adicional o, cuanto menos, una disculpa formal.
Pues no. En Correos y Telégrafos la cosa no funciona así. Más bien al contrario, una vez se ha pagado por el servicio, no se garantiza de ningún modo que la carta llegue a su destino y en caso de que la desdicha ocurra, se lavan las manos. Es más: tienen un servicio adicional para (supuestamente) garantizar el correcto envío: el sistema de facturación. Resumiendo: "Pague usted por enviar una carta. Nosotros podemos hacer lo que queramos con ella, porque usted no la facturó y, por tanto, nosotros no nos hacemos cargo de lo que pueda pasar. Si de verdad usted quiere que la carta llegue, páguenos más todavía y utilice nuestros servicios especiales"
Trasládese este fenómeno a otros ámbitos y se verá la incongruencia implícita: compremos un diccionario, pero paguemos un extra para garantizar de que contiene las palabras con la ortografía correcta; pidamos una paella en nuestro restaurante favorito, pero paguemos un extra para asegurarnos de que lleva arroz. Así pues, finalmente, la pregunta para la reflexión es: ¿Por qué se ha de pagar una cantidad adicional por un servicio que debería ser obligatorio, ya que es por el que en esencia se paga el precio base?
8 comentarios:
asi que ya sabemos lo que le pasaba al coronel de márquez.
así que ya sabemos lo que le pasaba al coronel de márquez.
asi que ya sabemos que le pasó al coronel de márquez.
y porque tres veces???
socartes me gusta mucho la web que has creado. de ese pajarraco con cuerpo de vaquero.
tres veces por que soy un capullo. creí que no entraba el comentario.
Gran pregunta. Es una práctica habitual en este país cobrar todo lo que se pueda. Como ¿por qué tengo que pagar por un delito que no he cometido? (canon de la SGAE), etc. Son misterios sin resolver. Pero como nadie (importante) pierde dinero, sino más bien al contrario, pues a seguir robando.
PD: Me encanta el diseño de la web.
Butch: ¿Y qué hago ahora con tu triple comentario?
Telcarion: Gracias por la postdata ;) Poco a poco intentaré desenmarañar ciertos temas.
En mi casa ya hemos tenido que ir varias veces a correos a recoger el correo porque el puto cartero no quiere hacer su trabajo... y aún estoy esperando a que me llegue un lote de libros que me mandó una amiga por correo certificado hace cosa de 2 años. La verdad es que no te puedes fiar.
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