Último día de Agosto. Para muchas personas el preludio de la vuelta al trabajo y del síndrome post-vacacional. A muchos les apetece una sandía bien fresca y jugosa, tal vez una horchata, o cualquier otra bebida refrescante, típica del verano. Hay que aprovechar hasta el último momento. Abrimos el frigorífico, cogemos el refresco de nuestra elección y nos preparamos para disfrutar. Cuál no es nuestra sorpresa cuando descubrimos que los insípidos sabores con los que nos encontramos no tienen nada que ver con los que disfrutabamos hace apenas unos años.
Y es que las cosas han cambiado mucho últimamente. Más demanda, más producción, y por supuesto, un empeoramiento en la calidad final del producto. Hoy día cualquier fruta o verdura tiene un sabor mucho más difuminado que antes, muchos productos parecen ser aguachirle y algunos (como ciertos yogures) incluso ponen en dificultades al catador cuando trata de descubrir el gusto de lo que está consumiendo. Por lo visto hemos llegado al punto en el que nos encontramos con extravagancias como yogures con sabor a fresa y fresas con sabor a nada.
Resulta muy sencillo hacer un pequeño experimento, si se tiene la suerte de poseer un pequeño campo o algún conocido que lo tenga. Se trata simplemente de comprar un tomate, pimiento, berenjena o cualquier producto de la tierra y compararlo con el que ofrece en cualquier supermercado o hipersuperficie. Desde luego éstos últimos tienen un aspecto inmaculado y brillante, que casi parece rozar la perfección; pero una vez descubierta la pulpa, arrancada la piel o abierto el vegetal, nos damos cuenta de que la apariencia externa no es sino una mera falacia y que el producto campestre, mucho más ennegrecido, deforme, y deslucido, es el que más deleite proporciona al paladar.
Es el precio del progreso, por lo que parece. Hoy, cuando miramos los ingredientes de cualquier producto, nos encontramos con una serie de aditivos, colorantes, conservantes, potenciadores del sabor y demás elementos extraños que, en condiciones normales, nos alarmaría: Donde antes se usaba un edulcorante ahora nos encontramos con un enigmático E959, los que antes echaban un poco de harina o maizena para espesar el caldo hoy pueden hallar (entre otros) un misterioso E440 o quien use una encimera de gas deberá comprar botellas de E943. Todo este aparente caos se lo debemos al Sistema internacional de numeracion (SIN) para aditivos alimentarios.
Evidentemente no todo son desventajas y hoy en día disfrutamos de muchos más productos y variedades de las que teníamos antes, pero... particulamente, dudo mucho de que nuestras bisabuelas echaran una pastilla de caldo a la paella o al cocido para que salieran gustosos, y sin embargo, después de tanto esfuerzo, aún no he encontrado esas manzanas reinetas con ese sabor tan peculiar o esa sandía tan jugosa con las que disfrutaba cuando era pequeño.
Y es que las cosas han cambiado mucho últimamente. Más demanda, más producción, y por supuesto, un empeoramiento en la calidad final del producto. Hoy día cualquier fruta o verdura tiene un sabor mucho más difuminado que antes, muchos productos parecen ser aguachirle y algunos (como ciertos yogures) incluso ponen en dificultades al catador cuando trata de descubrir el gusto de lo que está consumiendo. Por lo visto hemos llegado al punto en el que nos encontramos con extravagancias como yogures con sabor a fresa y fresas con sabor a nada.
Resulta muy sencillo hacer un pequeño experimento, si se tiene la suerte de poseer un pequeño campo o algún conocido que lo tenga. Se trata simplemente de comprar un tomate, pimiento, berenjena o cualquier producto de la tierra y compararlo con el que ofrece en cualquier supermercado o hipersuperficie. Desde luego éstos últimos tienen un aspecto inmaculado y brillante, que casi parece rozar la perfección; pero una vez descubierta la pulpa, arrancada la piel o abierto el vegetal, nos damos cuenta de que la apariencia externa no es sino una mera falacia y que el producto campestre, mucho más ennegrecido, deforme, y deslucido, es el que más deleite proporciona al paladar.
Es el precio del progreso, por lo que parece. Hoy, cuando miramos los ingredientes de cualquier producto, nos encontramos con una serie de aditivos, colorantes, conservantes, potenciadores del sabor y demás elementos extraños que, en condiciones normales, nos alarmaría: Donde antes se usaba un edulcorante ahora nos encontramos con un enigmático E959, los que antes echaban un poco de harina o maizena para espesar el caldo hoy pueden hallar (entre otros) un misterioso E440 o quien use una encimera de gas deberá comprar botellas de E943. Todo este aparente caos se lo debemos al Sistema internacional de numeracion (SIN) para aditivos alimentarios.
Evidentemente no todo son desventajas y hoy en día disfrutamos de muchos más productos y variedades de las que teníamos antes, pero... particulamente, dudo mucho de que nuestras bisabuelas echaran una pastilla de caldo a la paella o al cocido para que salieran gustosos, y sin embargo, después de tanto esfuerzo, aún no he encontrado esas manzanas reinetas con ese sabor tan peculiar o esa sandía tan jugosa con las que disfrutaba cuando era pequeño.
4 comentarios:
Yo tengo suerte, pq puedo experimentar lo que dices :) Los tomates que mi padre cuida para consumo casero se alejan bastante de lo que encontramos en el mercado. Como él no echa ningún producto químico para evitar que tengan huéspedes no deseados, tienen algunas imperfecciones. Pero cuando los comes tienen un sabor que sólo de escribir ahora mismo estoy secretando saliba más de la cuenta. Y lo mismo con los pimientos, los calabacines ...
Ahora, con la masificación en la producción de alimentos, ya no sabemos a ciencia cierta lo que tomamos. Antes, cada casa tenía su corral (eso lo he conocido en casa de mis yayos), compraban la leche en la lechería del pueblo, cada pueblo tenía su matadero, el horno (que todavía sobrevive)...
Hoy tenemos más comodidades, todo viene envasado, con un aspecto tentador - cuando el envase no es opaco, claro - y accesible en un mismo lugar. Y tb, según dicen los mayores, aumentan los enfermos de cáncer. Si es que todo va creciendo.
A mí particularmente este artículo me recuerda la voz de mi padre. Para mi padre cualquier tiempo pasado fue mejor. Dice que la música de antes era mejor, que la comida de antes era mejor, que los coches de antes eran mejores. A mí esto me parece fruto de un complejo de pérdida de juventud. Las personas mayores no disfrutan tanto la vida como las jóvenes. Lo que está claro es que ahora la música es mejor que antes porque tenemos la música de antes y la de ahora, ahora la comida debe ser mejor cuando la esperanza de vida de las personas se ha incrementado y los coches de ahora son más seguros, consumen menos y respetan más el medio ambiente. En la posguerra se pasaba hambre. Hoy casi nadie pasa hambre en nuestro país. Yo no me cambiaría por mis antepasados.
Al fin y al cabo, lo que prima es producir mucho y al menor costo posible, y si le falta algo de sabor, pues se le echa un producto químico. Y encima el agricultor se lleva una mierda.
Conde Dracula, está claro que no siempre el tiempo pasado es mejor, y muchos avances nos permiten elevar nuestra esperanza de vida. Yo soy el primero que prefiero la situación actual a la que se vivía en tiempos de postguerra...
Pero hoy te hacen un analisis químico y saben en qué región vives por la cantidad de trazas en los alimentos que ingerimos.
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