viernes, 31 de agosto de 2007

Potenciadores del Sabor

Último día de Agosto. Para muchas personas el preludio de la vuelta al trabajo y del síndrome post-vacacional. A muchos les apetece una sandía bien fresca y jugosa, tal vez una horchata, o cualquier otra bebida refrescante, típica del verano. Hay que aprovechar hasta el último momento. Abrimos el frigorífico, cogemos el refresco de nuestra elección y nos preparamos para disfrutar. Cuál no es nuestra sorpresa cuando descubrimos que los insípidos sabores con los que nos encontramos no tienen nada que ver con los que disfrutabamos hace apenas unos años.

Y es que las cosas han cambiado mucho últimamente. Más demanda, más producción, y por supuesto, un empeoramiento en la calidad final del producto. Hoy día cualquier fruta o verdura tiene un sabor mucho más difuminado que antes, muchos productos parecen ser aguachirle y algunos (como ciertos yogures) incluso ponen en dificultades al catador cuando trata de descubrir el gusto de lo que está consumiendo. Por lo visto hemos llegado al punto en el que nos encontramos con extravagancias como yogures con sabor a fresa y fresas con sabor a nada.

Resulta muy sencillo hacer un pequeño experimento, si se tiene la suerte de poseer un pequeño campo o algún conocido que lo tenga. Se trata simplemente de comprar un tomate, pimiento, berenjena o cualquier producto de la tierra y compararlo con el que ofrece en cualquier supermercado o hipersuperficie. Desde luego éstos últimos tienen un aspecto inmaculado y brillante, que casi parece rozar la perfección; pero una vez descubierta la pulpa, arrancada la piel o abierto el vegetal, nos damos cuenta de que la apariencia externa no es sino una mera falacia y que el producto campestre, mucho más ennegrecido, deforme, y deslucido, es el que más deleite proporciona al paladar.

Es el precio del progreso, por lo que parece. Hoy, cuando miramos los ingredientes de cualquier producto, nos encontramos con una serie de aditivos, colorantes, conservantes, potenciadores del sabor y demás elementos extraños que, en condiciones normales, nos alarmaría: Donde antes se usaba un edulcorante ahora nos encontramos con un enigmático E959, los que antes echaban un poco de harina o maizena para espesar el caldo hoy pueden hallar (entre otros) un misterioso E440 o quien use una encimera de gas deberá comprar botellas de E943. Todo este aparente caos se lo debemos al Sistema internacional de numeracion (SIN) para aditivos alimentarios.

Evidentemente no todo son desventajas y hoy en día disfrutamos de muchos más productos y variedades de las que teníamos antes, pero... particulamente, dudo mucho de que nuestras bisabuelas echaran una pastilla de caldo a la paella o al cocido para que salieran gustosos, y sin embargo, después de tanto esfuerzo, aún no he encontrado esas manzanas reinetas con ese sabor tan peculiar o esa sandía tan jugosa con las que disfrutaba cuando era pequeño.

jueves, 23 de agosto de 2007

Noticias de Segunda Mano

Nunca me he fiado de las noticias. No es que no quiera estar informado de lo que sucede a mi alrededor, si no que siempre he pensado que los informativos tergiversaban las crónicas a su antojo. Esto no es nuevo: desde siempre los periódicos y noticiarios se han caracterizado por su partidismo. Algunos enfocando la noticia desde su punto de vista, otros aludiendo sólo a ciertos eventos y silenciando o incluso alterando otros; destruyendo, por supuesto, la objetividad que debería ser la base fundamental de la noticia.

Lo que sí que es nuevo (o por lo menos un fenómeno que desde hace poco se está usando con más frecuencia) es el hecho de repetir varias veces la misma noticia varias veces durante el mismo programa, aún más, durante varios días consecutivos, copiarla de otros medios (a veces, varios días después) o incluso hacer un simple corta-y-pega desde la página web o el recorte de prensa donde se mostraba la información originalmente: Últimamente se está poniendo de moda el mostrar ante las cámaras la pantalla de un ordenador donde está escrita la noticia. Así, el único trabajo que resta hacer es leer en voz alta mientras el televidente ve cómo se va seleccionando el texto que interesa.

El peor caso, sin embargo, lo encontré con la última visita de Benedicto XXVI a Valencia. Era realmente estresante ver cómo los informativos añadían una sección propia para tal acontecimiento y cada mediodía empezaban diciendo "faltan [...] días" para a continuación comentar durante varios minutos las "interesantísimas" actividades que se hacían en torno al evento. Ni al fútbol en sus buenos tiempos dedicaban tanto tiempo. Y así, durante 100 días...

Parece además que últimamente también se considera noticia para un informativo lo que antes se tomaba como prensa rosa y actualmente no es difícil encontrar en periódicos serios lo que antes era terreno de las páginas del Hola, Lecturas o similares. Siguiendo esa tónica encontramos también aplastantes títulos amarillistas que nada tienen que ver con la noticia posterior, noticias de relleno o extrañas explicaciones de las que no sabes discernir si se trata de una noticia, un anuncio o un publirreportaje.

Todo eso, claro está, sin contar con un gran clásico: la gran cantidad de errores o las barbaridades que, por falta de conocimiento o simple vagancia de no querer comprobar las fuentes o los datos, se cometen de forma absolutamente impune (véase por ejemplo, malaprensa). ¿Es eso un trabajo profesional? Yo respondería con un rotundo no. Mi opinión es bien clara: si un día no hay noticias, que los editores se ajusten a la realidad y acorten el espacio del informativo o quiten páginas del periódico. Como decían por ahí, en el frasco pequeño se guarda la buena confitura.

jueves, 16 de agosto de 2007

Campañas de sensibilización

Cada gota cuenta. Tu papel es importante.... Parece que últimamente ha surgido la moda por parte del Gobierno de sensibilizarnos acerca de la importancia de nuestros actos: Nos recuerdan que un cristal roto o un cigarro mal apagado en la cuneta pueden ser causa de un incendio forestal; nos advierten de que podemos ahorrar miles de litros de agua si simplemente cerramos bien el grifo, nos duchamos en vez de bañarnos o esperamos hasta llenar la lavadora; o nos recomiendan que apaguemos los LEDs de los electrodomésticos para economizar varios megawatios-hora.

Desde luego no voy a negar que el objetivo es bien loable y digno de admiración; y desde luego, si estas medidas se muestran aunque sea mínimamente eficaces, resultan claramente convenientes. Sin embargo, cabe destacar el doble juego con el que parecen actuar: mientras que dan a entender que el papel que tiene cada particular es muy grande, las grandes empresas, compañías y firmas, e incluso el gobierno mismo, parecen quedar al margen. No nos engañemos: las entidades que más gastan, contaminan y se despreocupan son las que menos se tienen en cuenta.

Citemos varios ejemplos: ¿De qué sirve ahorrar unos cuantos centímetros cúbicos de agua si unos cuantos días después ciertas obras rompen una tubería general con el resultado de varios hectómetros cúbicos por segundo de agua desaprovechados, rotura que no se arregló hasta pasadas varias semanas, tras múltiples quejas de los vecinos? ¿Para qué vamos a apagar el LED del televisor y ahorrar unas escasas centenas de watios-hora si mientras tanto miles de instituciones se han dejado las luces de los despachos encendidas? ¿Por qué reciclar esos cuantos papeles si cada día recorren nuestras ciudades miles de panfletos publicitarios, propaganda y similares, cuyo destino es perfectamente conocido y no precisamente tan halagüeño?

Así pues, me veo de nuevo ante una doble moral: por un lado la increíblemente bienintencionada campaña de sensibilización (destinada al sector de la población que menos puede hacer estadísticamente); por el otro, la (¿absoluta?) dejadez que existe en torno a los sectores que realmente tienen en sus manos el poder de cambiar realmente los resultados. ¿De qué sirve entonces la concienciación social? Evidentemente, como se suele decir, más vale poco que nada pero, ¿tan difícil es hacer ese poquito extra para que los resultados sean muchísimo mejores?

Para finalizar, dejaré el caso que, aunque se sale de nuestras fronteras, considero que ejemplifica de modo más claro lo que quiero decir: ¿De qué sirve el protocolo de Kyoto si el país que más contamina no está adherido a él? ¿Cuánto no se podría mejorar si los Estados Unidos hicieran el esfuerzo por no contaminar? Pero como siempre, lamentablemente, lo que prima es el dinero