martes, 24 de julio de 2007

Tengo una Pregunta Para Vd.

A decir verdad, más de una, si se me permite. Así que - emulando cierto programa televisivo que, en mi opinión, debería repetirse con cierta periodicidad, contrastando además las respuestas que se hubieran dado en emisiones anteriores - voy a dejar caer una serie de preguntas. Evidentemente, como suele decirse, ni son todas las que están, ni están todas las que son. Algún día los políticos deberían responder este tipo de respuestas sin lanzarse a enrevesados rodeos para acabar eludiendo la cuestión. Pero claro, entonces ya no serían políticos. Ahí van:

- ¿Dejaría usted que existiera una organización en España que se autodenominara 'sin ánimo de lucro' que nos cobrara por usar productos que ni siquiera son suyos, usando para ello una excusa completamente inconstitucional que se salta a la torera la presunción de inocencia de los españoles?

- ¿Permitiría usted que miles (por no decir millones) de jóvenes que desean emanciparse, parejas que desean formar una familia, personas que por cuestiones laborales han de desplazarse, tuvieran que seguir viviendo con sus progenitores o familiares, alquilar junto con desconocidos, u olvidarse de tener descendencia porque la generación posiblemente más preparada de las últimas décadas dispone de un sueldo mínimo, un trabajo precario para poder afrontar la gran burbuja inmobiliaria?

- ¿En serio se extrañaría usted de que en España la edad de emancipación sea la más tardía en los últimos años y además terriblemente retrasada comparada con el resto de Europa después de comprobar cómo ciertas empresas disfrutan de las ventajas del contrato temporal y utilizan a expertos pero "sin experiencia previa", a veces míseramente pagados, a veces ni eso, hasta que se termina el período de pruebas, momento en el que la empresa procede al despido del infeliz para contratar otra víctima y continuar el proceso?

- Si le digo que el gasto que se destina a la educación, la cultura, la tecnología, ciencia, desarrollo e investigación es de aproximadamente unos 4.000 millones de euros en 2007, posiblemente pensará que es un gasto enorme. Pero, ¿no le resulta ciertamente terrible gastarse más de 23.000 millones de euros en industria armamentística y en gasto militar (ver aqui)? ¿No sería mucho más loable construir un país ilustre donde se exportaran ideas, patentes, tecnología; un país que fuera observado como una fuente de cultura, investigación y desarrollo? ¿O es que estamos en guerra (fria o no) y no nos hemos enterado?

miércoles, 18 de julio de 2007

Televisión

Hace unos días apareció en el periódico la noticia acerca del Código de Autorregulación sobre Contenidos Televisivos e Infancia adelantándose así en parte (o, visto de otro modo más optimista, dando pie) a una crítica que tenía ya tiempo rondando en mi mente: el "buenhacer" de la televisión pública. En los últimos años se ha producido una degradación de forma exponencial en el contenido de la programación y se va cumpliendo la ley de que a más canales disponibles, menos oferta que valga la pena.

Empecemos por el hecho de que la televisión pública la pagamos, en mayor parte, entre todos vía impuestos. A cambio obtenemos programas tan "fructíferos" y "educativos" como "Salsa Rosa", "Gran Hermano", "El Diario de Patricia", "A tu Lado" y más telebasura que, por lo visto, nadie ve y que, sin embargo, tiene más audiencia que una lluvia de billetes. Porque está claro que a nadie le importa si nosequién sale con nosecuál o como dos completos desconocidos cuentan su vida por el puro morbo de tener unos minutos de... ¿gloria?

Sobre el Código de Autorregulación, con el que empezaba el artículo (véase aquí), simplemente decir que hay una cierta dicotomía: por un lado es evidente que programas telebasura, como los mencionados anteriormente, o que tengan cierta violencia, contenido sexual o lenguaje obsceno, no son los más adecuados para emitir cuando el público es mayormente infantil. Por otro lado, la televisión no es un sistema educativo y debería corresponder a los padres adecuar su uso como más convenga y no simplemente para dejar a los hijos frente a la caja tonta (nunca mejor llamada así que en los tiempos que corren) y ahorrarse los cuartos en una niñera.

Sobre el último punto, cabe además destacar la doble moral a la que nos enfrentamos: ¿De qué sirve censurar el lenguaje soez en algunos programas cuando éste se utiliza sin cesar en el programa siguiente? ¿Por qué censurar escenas de violencia ficticia cuando al minuto siguiente tenemos en noticiarios u otros violencia gratuita, esta vez verídica? ¿Tanto pudor a la hora de mostrar imágenes con cierto contenido sexual cuando enseguida llega el tele-bodrio usando el sexo como herramienta básica para captar audiencia?

Por cierto. Parece que la televisión está en crisis y va perdiendo audiencia por culpa de Internet y las videoconsolas... ¿será cierto? No soy un experto en el tema, pero voy a dejar caer una propuesta: tal vez la gente deje de ver televisión por no soportar media hora de publicidad cada veinte minutos de película. O al vez sea por evitar los bodrios mencionados. O porque el último estreno que emitieron fue cuando Constantino Romero tenía melena. O porque las fórmulas para reality shows, concursos y similares son siempre las mismas y, admitámoslo, ya cansan. Pero claro, lo más fácil es siempre echar las culpas a los demás.

jueves, 12 de julio de 2007

Las Siete Maravillas del Mundo

El pasado 07/07/07 (la fecha, que ya se las trae, parece más digna de un libro de Dan Brown que de un acto realmente formal) se dieron a conocer las nuevas siete maravillas del mundo. Antiguamente, éstas eran La Gran Pirámide de Giza, Los Jardines colgantes de Babilonia, el Templo de Artemisa en Éfeso, La Estatua de Zeus en Olimpia, El Sepulcro de Mausolo (Mausoleo) en Halicarnaso, El Coloso de Rodas y El Faro de Alejandría. Parece ser que, como de todas ellas, sólo queda en pie la pirámide de Giza, a alguien (al suizo Bernard Weber, para ser más exactos) se le ocurrió hacer una nueva lista.

El procedimiento es sencillo: Este personaje creó la organización New Open World Foundation, organizadora del evento. A partir de aquí, cualquier persona podía votar siete candidatos de una lista preparada por la institución. Después de una primera tanda de votaciones se eligieron los 21 candidatos (múltiplo de siete, por supuesto), de entre los cuales, mediante una segunda tanda de votaciones se eligieron los siete finalistas. Las votaciones se podían hacer por correo electrónico o por SMS y cada persona podía votar tantas veces como quisiera.

Digámoslo desde el principio: esto no pasa de ser una soberana estupidez. No importa la cantidad de gente que haya movilizado; desde el principio el proyecto no fue más que el capricho personal de un millonario, sin aval alguno por parte de expertos en la materia ni la UNESCO (que tildó la idea de "fundada en los medios y sin argumentaciones coherentes"). Tal como ha sido presentado, este proyecto carece de rigor científico. Hay que definir criterios lógicos, evaluar la calidad de las candidaturas, definir el contexto histórico y, en definitiva presentar todo tipo de argumentos lo más objetivos y razonadamente posibles para poder discriminar entre las obras que merecerían ocupar este puesto. Existen expertos (catedráticos en historia del arte, academias nacionales de bellas artes, museos de arte) que serían las personas y/o entidades idóneas para evaluar estos criterior. Pero no. Se ha dejado que la masa (sin conocimientos artísticos y profundamente influenciada por multitud de motivos) decidan a golpe de SMS cuáles son las nuevas maravillas del mundo.

Más aún. ¿Por qué elegir siete monumentos? Las razones que da el propio Weber son ambiguas y más propias de corrientes cabalísticas y metafilosóficas (por decir algo fino) que críticas. Digamos simplemente que es un intento de seguir la tradición: Clásicamente han sido siete y la idea de mantener ese número no carece de cierta belleza. Sin embargo, debemos plantearnos la funcionalidad de esta cantidad hoy en día. El número de creaciones realmente emblemáticas y dignas de admiración ha crecido a lo largo de la historia, no solo debido al paso del tiempo sino también debido al inmenso desarrollo que han sufrido la arquitectura, la escultura, la pintura y, en general, todas las ramas del arte. Con toda la creación del ser humano a lo largo de la historia, limitar el número de obras a siete es algo absolutamente ridículo.

Respecto a la metodología para utilizada para la elección, dos hechos saltan inmediatamente a la vista: dado cómo está repartida la tecnología (punto de acceso para la votación) es evidente imaginar que grandes sectores de la población mundial quedan automáticamente excluídos del voto. Pero claro, parece pensar el organizador, "si carecen de medios, su opinión tampoco debe resultar demasiado importante, así que realmente no importa, ¿no?" Por otro lado, conociendo quienes son los grandes usuarios de esos medios, no puedo evitar imaginarme un grupo de chavales en la edad del pavo (o menores aún) compitiendo a ver quién nomina más veces la burrada más grande. (Según F. Calvo, catedrático de Historia del Arte, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y antiguo director del Museo del Prado, "Por este método podría salir elegido el estadio Santiago Bernabéu. De hecho, había varios Santiago Bernabéu entre los 21 finalistas").

Pongamos a la práctica esta idea en campos similares: Supongamos que tenemos libros de varios autores incomparables entre sí como pueden ser Cervantes, Neruda, Allende, Santaella o alguien que vende mucho gracias a un boom mediático; ¿hacemos que la gente opine ellos o dejaríamos eso en manos de filólogos y expertos en literatura? En un concurso culinario de alto prestigio, ¿dejamos que entren los glotones para dar su opinión o son los grandes chefs los que evalúan la comida? En ciencia tenemos varias teorías, ¿elegimos mediante votación popular cuál es la más bella y/o correcta o dejamos que los expertos razonen sobre ello mediante el denominado método científico?

domingo, 8 de julio de 2007

El Rey y la Constitución

Es innegable que, debido a su contexto histórico, la Constitución Española de 1978 es digna de admiración. Sin embargo, siempre me han llamado la atención varios artículos que, debido a su contenido, me parecen contradictorios; a saber: promulgar al mismo tiempo la igualdad de los españoles y la existencia de la figura del rey. Cito a continuación los artículos que me producen extrañeza. Por un lado los que promulgan la igualdad...
Artículo 11.
España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.

Artículo 14
Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.
...y por otro lado los que parecen indicar que no somos "del todo" iguales:
Artículo 56
3. La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. [...]

Artículo 65
1. El Rey recibe de los Presupuestos del Estado una cantidad global para el sostenimiento de su Familia y Casa, y distribuye libremente la misma.
Además de esto, en el artículo 57 se indica que la sucesión prioriza al varón frente a la mujer (hecho que dio que hablar con el nacimiento de la infanta y que, desde luego, es un claro ejemplo de "igualdad"). En el artículo 62 también se mencionan actividades que corresponden al rey y que, por tanto, nadie más tiene potestad. En este último contexto está claro que, del mismo modo, un presidente de gobierno, un miembro de las cortes o cualquier otro cargo público tiene sus únicas y exclusivas funciones por el mero hecho de poseer ese cargo. Ahora bien...¿Quién se presenta a rey en las próximas elecciones...?

Me gustaría también mencionar que, según se dice, somos realmente más juancarlistas que monárquicos. No me extraña, debido al notable e importante papel que jugó en la transición. Ahora bien, de no ser por todo nuestro contexto histórico (remontándonos incluso a principios del siglo XX), ¿realmente preferiríamos una monarquía a una república? Por cierto que, dadas las condiciones de la Constitución, siempre me he planteado qué sucedería si en algún momento futuro ganaran las elecciones los republicanos.

martes, 3 de julio de 2007

Correos

Desde tiempos inmemoriales los humanos hemos querido enviar información de un sitio a otro. Hasta hace relativamente poco, la manera más común de contactar con un amigo lejano mediante un escrito era la carta. Enviar un correo, mantener correspondencia con alguien, incluso conocer nuevos amigos con este sistema, eran prácticas relativamente comunes. Actualmente Internet ha revolucionado toda esta sistemática y la mayoría de las personas (entre las que me incluyo) prefieren hacer uso de las versiones electrónicas. Varias son las razones: rapidez, economía... pero también sería necesario añadir otra: la rápida y degenerativa degradación del servicio de Correos.

Aún con la llegada del teléfono, no hace mucho, las cartas eran el medio más usado. Millones y millones de cartas circulaban por España cada día, y todas eran entregadas en un plazo enteramente razonable. Muchos recordarán tiempos mejores en los que una carta podía ser recibida incluso el mismo día en el que era enviada. Y no estoy hablando de telegramas. Tal vez los lectores de este blog no lo hayan vivido, pero seguramente sí sus padres o sus abuelos. Es algo que no está tan lejano en el tiempo como podría parecer.

Hoy en día, sin embargo, la realidad es muy diferente: Las cartas tardan varios días en llegar a su destino. No sólo tres o cuatro, lo que, en principio, sería razonable; sino que a veces esas cantidades sobrepasan la semana, y en varios casos (que no son excepciones) la quincena. Lógicamente, esto es en el supuesto optimista de que las cartas lleguen a destino... y ahí es donde quiero llegar.

El procedimiento es muy sencillo y archiconocido: la carta con el texto a enviar se incluye dentro de un sobre (o se escribe directamente sobre una postal), se añade la dirección de envío, el remitente y como colofón final,... el sello. Con él, nosotros estamos pagando a Correos y Telégrafos por un servicio: el correcto envío dentro de un límite razonable de la carta o postal. Habitualmente, una vez realizado el pago, un empresario tiene la obligación de prestar el servicio; de lo contrario, se podría establecer una queja o reclamación que conllevaría la devolución del dinero, la prestación de un servicio adicional o, cuanto menos, una disculpa formal.

Pues no. En Correos y Telégrafos la cosa no funciona así. Más bien al contrario, una vez se ha pagado por el servicio, no se garantiza de ningún modo que la carta llegue a su destino y en caso de que la desdicha ocurra, se lavan las manos. Es más: tienen un servicio adicional para (supuestamente) garantizar el correcto envío: el sistema de facturación. Resumiendo: "Pague usted por enviar una carta. Nosotros podemos hacer lo que queramos con ella, porque usted no la facturó y, por tanto, nosotros no nos hacemos cargo de lo que pueda pasar. Si de verdad usted quiere que la carta llegue, páguenos más todavía y utilice nuestros servicios especiales"

Trasládese este fenómeno a otros ámbitos y se verá la incongruencia implícita: compremos un diccionario, pero paguemos un extra para garantizar de que contiene las palabras con la ortografía correcta; pidamos una paella en nuestro restaurante favorito, pero paguemos un extra para asegurarnos de que lleva arroz. Así pues, finalmente, la pregunta para la reflexión es: ¿Por qué se ha de pagar una cantidad adicional por un servicio que debería ser obligatorio, ya que es por el que en esencia se paga el precio base?