domingo, 20 de julio de 2008

Cambio de Divisas

Es frecuente (aunque con la entrada del euro, ya no tanto) cuando se tiene que viajar al extranjero que el país al que se acude posee una divisa diferente y sea necesario efectuar el cambio de moneda. Esto que, en principio no sólo es lógico sino además evidente, deja de serlo cuando en el asunto se entrometen como intermediarios cajas y bancos. Así, lo que debería ser un servicio gratuito de atención al cliente se convierte en el negocio perfecto (un negocio extra, claro está, aparte de los muchos más que los bancos tienen, jugando con nuestro propio dinero, de lo cual hablaré más adelante).

Así pues, lo primero que se encuentra cuando quiere intercambiar su dinero es que las entidades venden y compran a precios diferentes, con la consecuencia de que si se cambia de euros a -digamos- dólares e inmediatamente se devuelve esa cantidad a euros, el usuario pierde dinero. No hay que decir que, usuario tras usuario, esto reporta múltiples beneficios. Esto, claro está, sin contar que las entidades nunca aceptan monedas, con lo que, aparte, nunca se podrá recuperar la totalidad del dinero. Por si fuera poco, ciertas entidades añaden además tasas, como si no ganaran suficiente con el intercambio. Al final los usuarios nos quedamos no sólo con menos dinero sino que acabamos en poder de moneda no útil.

Me dirá el astuto lector que, aun disponiendo de dinero extranjero que no se haya podido cambiar, no por ello deja de ser moneda de curso legal. Yo le respondo a ello dos cosas: la primera es que por muy legal que sea, me gustaría saber dónde se lo va a poder gastar. ¿Aceptan libras, dólares, złotych o rublos en sus tiendas habituales? El segundo punto es que, cuando se dice desde el gobierno que "los españoles aún tenemos casi dos mil millones de euros en pesetas en nuestro poder",... ¿cuánto de ese dinero no se ha quedado en el extranjero debido a estas causas? Sabiendo lo turístico que siempre ha sido nuestro país yo diría que no somos precisamente los españoles los dueños de ese dinero.

Más aún, muchas zonas de intercambio hacen su agosto particular: los aeropuertos -en particular, los del Reino Unido, por ser zonas de tránsito- exprimen este hecho al máximo. Para entendernos, supongamos que usted viaja de modo que tenga un transbordo en dicho país. Es incluso posible que su origen y destino tengan la misma divisa (si viaja, por ejemplo, de Irlanda a Alemania) pero aún así, en el país anglosajón no aceptarán nada más que libras. (Recuérdese aquí, sin embargo, que en muchos sitios turísticos aceptan varias divisas sin pudor.) Si usted necesita un refresco (posiblemente porque anteriormente le hayan requisado el agua), un bocadillo (porque necesite esperar unas horas en el aeropuerto) o cualquier cosa, estará obligado a pagar con libras. Y, por supuesto, tendrá que cambiar una cantidad absurda de dinero que, como se ha dicho, no le servirá para nada.

En resumen, nos cobran -así, como quien no quiere la cosa- un pico por cambiar el dinero, añaden unas cuantas tasas y se lavan las manos cuando hay que cambiar monedas. Y en algunos puntos clave se aprovechan de la situación del viajero para -como comúnmente se dice- hacerle pasar por el aro. Todo un cóctel perfecto para convertir el hecho de que cada país tiene su divisa en una fuente de dinero. Ya lo dicen: el dinero llama al dinero... Para concluir, y a modo de reflexión positiva, unas cuantas monedas extranjeras siempre harán un buen papel como souvenir.

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