jueves, 15 de mayo de 2008

Vivencias: Traducciones Oficiales

Mientras escribía anteriormente acerca de todo el vaivén al que nos veíamos sometidos a la hora de presentar documentos oficiales me vino a la memoria una situación que me sucedió personalmente. Se trata, una vez más, de un caso de profunda incompetencia de los sistemas administrativos o -quién sabe- de un pacto o acuerdo secreto entre ellos. Como ya saben mis lectores (y si no es así, siempre pueden echar un vistazo a mi perfil), actualmente resido en Irlanda. Por supuesto, para llegar aquí y poder trabajar donde actualmente lo hago, tuve que presentar una serie de credenciales y documentos oficiales, entre los que constaban los títulos y suplementos proporcionados por la Universidad donde obtuve mis estudios. Como es lógico, aquí deseaban una traducción acreditada de los documentos.

Pues bien, aquí es donde estriba el asunto. Lo primero que pensé es que podría traducir yo mismo los textos y acudir a la Universidad para que acreditara que la traducción era correcta. En principio no debería haber problema ya que, en lo que al texto respecta, el vocablo era casi siempre muy similar a su traducción (en algunos casos no había diferencia alguna o ésta se encontraba sencillamente en un acento). Lamentablemente, como comprobé, este procedimiento no era válido y se necesitaba como intermediario un traductor oficial. El segundo paso, por tanto, era buscar al profesional adecuado. Una sencilla búsqueda por Internet me puso al corriente tanto de la disponibilidad de éstos como de las tarifas -casi telegráficas: cobrando una cantidad nada desdeñable por palabra- que gastan. Asumido el hecho de que realmente lo necesitaba, consulté con uno de los profesionales, el cual me indicó que no podía realizar su trabajo porque... ¡el documento oficial estaba escrito de forma mixta en los dos idiomas co-oficiales de la Universidad!

Efectivamente, un vistazo rápido confirmaba este hecho: en su afán por promocionar el bilingüismo de la forma más estúpida posible, el documento -repito, oficial- mezclaba a diestro y siniestro ambos idiomas; es decir: no ofrecía dos versiones claramente diferenciadas del texto, una en cada idioma, sino que en un mismo paquete podía encontrarme cada párrafo en un idioma diferente. El primer pensamiento que me vino a la cabeza era interrogarme acerca de cómo era posible que una entidad oficial pudiera hacer una chapuza de semejante calibre. Pues sí, así es como estaban las cosas. Me quedaban, por tanto, dos soluciones: una de ellas era buscar un traductor especializado en tres idiomas (las dos lenguas co-oficiales y el inglés) que, por supuesto, cobraría doble por traducir desde dos idiomas diferentes. La otra opción posible era solicitar a la propia Universidad el documento original en la lengua de Shakespeare, para lo cual -me informaron- debía devolver el certificado que se hallaba en mi poder, pagar las tasas adecuadas y esperar a que se obtuviera la nueva versión. Realmente no sabía qué opción era peor, más estúpida o ineficaz.

Para quien esté interesado, la solución vino mediante una tercera vía: comenté mi situación en la administración irlandesa y, dado que los vocablos usados en el documento -por lo menos, en lo que contaba a lo importante- eran fácilmente comprensibles (como ya he dicho, la diferencia entre ambos idiomas era mínima), finalmente aceptaron la traducción que yo mismo había efectuado, adjuntando, claro está, una copia compulsada del original. La moraleja que se puede obtener de todo esto es que la administración española parece ser muchas veces capaz de hacer lo indecible para complicar las cosas -a veces, hasta de forma multilingüe- de modo innecesario.

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