domingo, 11 de mayo de 2008

Compulsas

Cuando en la última entrada hablaba acerca de la posibilidad del gobierno de conocer efectivamente acerca de nuestras transacciones y movimientos, me quedó un sabor agridulce, una sensación de que me dejaba algo que, aún no estando relacionado directamente con el tema en cuestión, al mismo tiempo presentaba una clara conexión. Hablé en su momento de lo singular que resulta entregar al gobierno datos que, en definitiva, él ya tiene. Pero, ¿qué sucede cuando lo que nos pide no son sino documentos oficiales , en muchos casos expedidos, en su mayoría, por él mismo? Seguramente el lector o lectora de este blog no será ajeno al concepto de compulsa.

Analicémoslo un poco: cuando se presenta una solicitud, normalmente nos piden varios documentos -repito, oficiales- para acreditar los datos que ofrecemos. Esto, en principio, es evidente, ya que evita que éstos se puedan falsear. Y, por otro lado, como éstos documentos son únicos, lo que comúnmente se suele hacer es presentar una copia de los mismos que, por medio de la compulsa o cotejo han sido ratificados, también de forma oficial. Aquí es donde viene el problema que quiero discutir: por lo visto, es necesario que la oficialidad se presente dos veces -y ambas de pago- para asegurarnos de la veracidad de los datos. ¿No sería suficiente con um proceso más sencillo y menos laborioso? Claro, pero entonces no seríamos nosotros los que hiciéramos el trabajo sucio.

Los documentos oficiales no son precisamente baratos. Si tenemos que presentarlos es evidente que hagamos uso de una copia y -dado que la copia puede ser falseada (aunque no es menos cierto que también puede serlo el documento oficial)- se necesita otra acreditación oficial, por la que también hay que pagar. Además, está claro que muchas veces éstos documentos pasan por administraciones diferentes y, por tanto, los datos se encuentran también en bases de datos distintas. En este caso, que sería hipotéticamente el peor de todos, bastaría una simple llamada telefónica o una mera comprobación on-line para verificar la veracidad de lo expuesto.

Dicho de otro modo, para que la administración se evite un par de comprobaciones (que, al fin y al cabo, también acaba efectuando cuando se compulsa), somos nosotros los que hemos de buscar el modo de acreditar todos los documentos, como suelo decir yo, comparando, contrastando, cotejando y compulsando (previo pago, por supuesto) donde podamos. Aquí está la dificultad: además del pago, muchas veces hay que buscar un organismo oficial (que normalmente querrá eximirse de la responsabilidad) o acudir a la fuente del documento original (con todo el trajín que ello conlleva). Muchos ayuntamientos, centros e instituciones se lavan las manos al respecto, dejándonos indefensos y muchas veces nos quedamos con la puerta en las narices sin saber dónde podemos obtener las compulsas.

Y al final, todo este vaivén, ¿para qué?. Como se ha dicho, los propios organismos pueden cotejar los datos perfectamente (mucho más si son ellos mismos quienes han proporcionado el documento original, en cuyo caso me parece, con todos los respetos, absolutamente estúpido que lo soliciten de nuevo). El súmum viene cuando se piden los documentos por duplicado, triplicado o incluso por cuadruplicado. Además, lo que en un principio está diseñado para evitar engaños se ha demostrado infructuoso, dada la cantidad de ocasiones en la que hemos visto que ciertas personas -además, con cargos importantes- han mentido impunemente acerca de ello. En resumen: pagos, idas y venidas, tiempo perdido y estrés para que después no sirva de nada.

2 comentarios:

Telcarion dijo...

La burrocracia sigue haciendo estragos...

Asgard dijo...

Lo "divertido" es cuando en algunas solicitudes hay un apartado específico acerca de cómo proceder para obtener las compulsas. Se empieza con esperanza y uno acaba leyendo ese maremágnum de lenguaje jurídico-marciano del que no se entiende nada y buscando reales decretos, leyes orgánicas y publicaciones en el BOE -escritos en idéntico idioma- a los que el texto remite. Al final, por supuesto, uno acaba sin saber todavía dónde obtener las compulsas pero con una preciosa cara de atontado.